La Jornada
A 100 días de legitimidad
Luis Linares Zapata
La rumbosa celebración
de los 100 días del Ejecutivo federal en el poder exige mayor respaldo
que el otorgado por una concurrencia agradecida por la invitación a
Palacio. Más allá, ciertamente, del auxilio que le provee la bien
orquestada difusión y el concomitante eco del aparato de convencimiento.
La triunfal definición de intenciones que hizo Peña Nieto de ir por la
transformación de México no es alivio suficiente para despejar la densa
realidad de contradicciones y frustraciones que precede a pasados
gobiernos priístas. Antes de cualquier celebración, habría que
escombrar, con detenimiento, la sustancia del mandato que emana de las
urnas recién usadas. Bien se entiende que un trabajo de tal especie, y a
juicio, pluma y voz de muchos, podría ser catalogado ya como un ensayo
arqueológico ineficaz. Pero, en concordancia con una visión democrática
rigurosa, habría que insistir en la legitimidad de origen que ostenta
cualquier usufructuario de un cargo público.
A lo largo del estudio se utiliza una medida de pobreza basada en dos salarios mínimos para identificar las zonas del país sujetas a tan triste realidad (70 por ciento). La pobreza extrema se define a partir un salario o menos y también se regionaliza. El mapa resultante dibuja, pormenorizadamente, sendas cuencas con expresiones partidistas claras bifurcadas entre el PRI y la izquierda. En las zonas de alta marginación y pobreza las preferencias se inclinaron, inusitadamente, para el candidato del PRI. Los autores entonces se preguntan por las razones, si las hay, de tan decidida inclinación por el PRI en dichas cuencas de pobreza. Confiesan que no encontraron respuestas coherentes para el fenómeno observado. Ni el perfil del candidato, ni el trabajo partidario en esas regiones, tampoco el discurso o la propaganda arrojan alguna luz. Pero el PRI obtiene ahí fuerte respaldo, en muchas ocasiones con más de 45 por ciento de los votos y donde 60 por ciento no fue extraño.
En los municipios de corte urbano, en cambio, las preferencias del electorado se tornan parejas: 27 por ciento para Josefina, 35 para AMLO y 36 para Peña. Este resultado tiene implicaciones adicionales, sobre todo para los dos contendientes principales, AMLO y Peña Nieto, porque la cantidad de electores es la dominante y sus características educativas, sociales o de ingresos se alejan de las que definen a la pobreza. Faltó profundizar en los efectos de los bolsones de miseria dentro de las ciudades que, con seguridad, matizan las simpatías reales.
Al profundizar en estos resultados agrupados a escala estatal se obtiene, todavía con mayor precisión, la fotografía de tan peculiar voluntad popular. De los 25 estados donde EPN gana a AMLO en las casillas normales, en 19 de las especiales reversan los números en favor del segundo. Por contraposición, AMLO triunfa en todas las casillas especiales donde, también, ganó las normales. En Quintana Roo, por ejemplo, AMLO gana a EPN por 20 por ciento en normales y en las especiales lo hace por 54 por ciento. En el DF, donde las votaciones se llevan dentro de cauces más estrictos en control que en otras partes del país, en las casillas normales EPN obtiene 49 por ciento del voto y, en las especiales tiene 45 por ciento. EPN sólo gana en ambas clases de casillas en cinco estados: Chihuahua, Durango, Sinaloa, Tamaulipas y Zacatecas. En los demás pierde y, a veces, por más de 35 por ciento (13 estados). ¿Cómo explicar tamañas contrariedades entre dos tipos de casillas cuyas votaciones debían ser semejantes? Cabe la opción, nada extraña o descabellada, de que estos resultados (especiales) apunten hacia una realidad mejor descrita que aquella declarada como oficial. Esto debe obligar, ante hechos consumados, a plantearse el alcance y la legitimidad emanada de las urnas dado que, en 2012, se ofertaron dos modelos de gobierno, uno de continuidad y otro de cambio. Presentar, con atildados escenarios de élite y mucha propaganda detrás, como transformador al que ofertó la continuidad. Ello invita a mantener una actitud reservada ante la grandilocuencia y la anticipación de logros.
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