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Por Esto!
Una transición hacia la antidemocracia
Jorge Canto Alcocer
En julio de 1988, el PRI-gobierno realizó uno de los fraudes electorales
más graves y escandalosos de nuestra historia. Con los ánimos caldeados
en gran parte del país, Salinas de Gortari encomendó a Manuel Camacho
Solís llevar a cabo negociaciones soterradas con las fuerzas políticas
despojadas, comprometiéndose a llevar a cabo una reforma profunda y
definitiva, que permitiera al fin el alumbramiento de la democracia en
México.
Unos
pocos meses después de la toma de posesión salinista, la promesa
pareció comenzar a cristalizarse, cuando Ernesto Ruffo Appel y el PAN
bajacaliforniano obtuvieron la primera gubernatura opositora. Durante el
resto del sexenio, los triunfos azules menudearon, si bien contra la
oposición de izquierda, que se negó a reconocer a Salinas como
presidente, la mano dura se perpetuó un tiempo más.
Fue hasta el gobierno de Zedillo Ponce de León cuando llegaron los
éxitos a los antiguos comunistas y socialistas. Al finalizar 1997, los
principales líderes izquierdistas gobernaban la capital nacional y la
Cámara de Diputados, así como algunas otras entidades, como Guerrero,
Michoacán, Tlaxcala y Zacatecas.
El siguiente paso pareció el definitivo: en julio de 2000, el PAN y
Vicente Fox obtuvieron un triunfo holgado e indiscutible en los comicios
presidenciales. Muchos miembros de la élite priísta se refugiaron en la
iniciativa privada, otros optaron por un retiro “dorado”, otros más se
subieron al triunfador carro del foxismo.
Pero la esperada debacle del régimen nunca llegó. El PAN y Vicente Fox
comprendieron rápidamente que era mucho más fácil y productivo –para sus
bolsillos, por supuesto- mantener un sistema corrupto y autoritario, en
el que la impunidad, el compadrazgo y el corporativismo se encargaban
de la continuidad, y olvidaron sus planes de transformación y limpieza. Y
ya encandilados por el poder y mareados por los cantos del salinismo,
Fox y el panismo emprendieron la antidemocrática cruzada contra Andrés
Manuel López Obrador, un político rara avis, que había mantenido la
congruencia, la honestidad y el compromiso popular a lo largo de una
trayectoria que ya para esos entonces llegaba a los veinte años. Así
pasamos de la promesa de la alternancia, nacida justo de un enorme
fraude electoral, a la conspiración antidemocrática para perpetrar, en
2006, un nuevo fraude a la voluntad ciudadana.
Los seis años de Calderón fueron una atroz pesadilla, agravada día con
día por la estulticia, la terquedad y las adicciones del espurio,
errores todos cultivados, apapachados, por un PRI que se sabía con
grandes oportunidades de retorno al poder presidencial. Sin dejar nada a
la suerte, sin embargo, los otrora “invencibles” decidieron aunar al
desprestigio del alcohólico mandatario y su corrupta administración, un
candidato atractivo, una novedosa estrategia de financiamiento ilegal,
así como las consabidas alianzas con los poderes mediáticos y económicos
en general.
Como sabemos, todas esas armas, desplegadas a lo largo de una campaña
electoral de años, no fueron suficientes: a última hora Peña logró tener
más votos en las urnas debido al fraude a la antigüita, incluido el
relleno de urnas, la falsificación de boletas, la retención de
credenciales, el reparto de despensas, el acarreo de votantes y mil y
una triquiñuelas más.
Salinas prometió a la oposición permitir la verdadera democracia hace ya
casi 25 años, pero, como hemos visto, todos los caminos se han torcido,
y hoy somos una sociedad más injusta, más antidemocrática y más caótica
que en el ayer. Peña promete y sonríe, pero atrás de los reflectores la
porquería nauseabunda se desparrama. Accidentes como el de PEMEX,
“confusiones”, como la de los asesinatos de los “escoltas” del
procurador de Morelos, “gasolinazos” y la cada vez más cercana alza y
generalización del IVA nos van confirmando que las cosas en lo
administrativo y en lo económico no van mal, sino peor. Es el reino de
la antidemocracia y la impunidad. ¿Hasta cuándo despertaremos?
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