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Proceso
Benedicto XVI, la soledad de los escándalos
MÉXICO, D.F. (apro).- En vísperas de la primera y única visita de
Benedicto XVI a México, el Vaticano se convulsionó con las revelaciones
de documentos y cartas secretas, conocidas como el escándalo Vatileaks,
el 16 de marzo de 2012.
Entre las misivas privadas que se
filtraron a la prensa, la del nuncio papal en Estados Unidos fue
particularmente dura. Le advierte a Ratzinger que existe un intento en
la curia romana por asesinarlo y señala “la corrupción, prevaricación y
mala gestión vaticana” durante su papado.
Otros documentos del
escándalo que sacudió al reino de la intriga precelestial describen las
batallas por el poder entre el secretario de Estado, Tarciso Bertone,
uno de los más influyentes adversarios de Benedicto XVI en Roma, y el
arzobispo de Milán, Angelo Scola, uno de los aspirantes a suceder al
pontífice de 85 años.
L’Osservatore Romano sintetizó así el
panorama en el Vaticano tras el escándalo: Benedicto XVI “es un pastor
rodeado de lobos”. La frase se le atribuye al propio teólogo de origen
alemán que administró durante los últimos siete años la decadencia de
una institución incapaz de reformarse.
El escándalo de Vatileaks
coincidió con la destitución del presidente del Banco del Vaticano,
Ettore Gotti Tedeschi, acusado de presuntos malos manejos y
malversaciones hacia Banco Santander. La ola de documentos y cartas
sepultó momentáneamente este suceso que también pintó un panorama nada
grato para el papado de Benedicto XVI.
No sólo los documentos
filtrados, la presunta traición del mayordomo papal Paolo Gabriele,
Paoletto, y los indicios de alta corrupción en la banca de El Vaticano
explican la decisión adoptada por Benedicto XVI de anunciar su renuncia
al máximo cargo de la jerarquía católica.
Detrás del Vatileaks y
el caso del Banco del Vaticano está la profunda soledad del hombre de 85
años que dirigió la Congregación para la Doctrina de la Fe durante el
papado de Juan Pablo II y que no ha sabido enfrentar el máximo escándalo
reciente en esta institución: la ola de denuncias contra sacerdotes
pederastas, obispos que los encubrieron y congregaciones que las
alentaron, como el caso emblemático de los Legionarios de Cristo, que
aún no se reponen del síndrome interno.
La soledad de Benedicto XVI es doble: doctrinal y política.
El
obispo de origen alemán sigue creyendo en la ortodoxia de una teología
que está fuera de la vida cotidiana de la mayoría de los católicos. Ha
condenado los matrimonios entre gays y lesbianas con una furia digna de
un inquisidor. Se opone a la despenalización del aborto. Es enemigo
frontal de la ordenación de mujeres y menos de romper el celibato para
los varones. Todo método anticonceptivo es considerado “antinatural” e
“indigno” en su doctrina. La manipulación genética y otros avances de la
ciencia son considerados como pecados. La sexualidad libre es
ininteligible, aunque la propia institución esté marcada por una serie
de delitos de esta índole, producto de su incapacidad para modernizarse.
La
formación conservadora de Ratzinger no es muy diferente a la de Juan
Pablo II. De hecho, ambos formaron parte de la ola posterior al Concilio
Vaticano II que buscó y logró la restauración de la vieja doctrina.
Postconciliares ambos, cerraron la discusión hacia una nueva doctrina
social cristiana del perdón, del acercamiento con las corrientes
socialistas, de la liberación sexual y del feminismo de los años
setenta. Privilegiaron la opción preferencial por los ricos, aunque
condenaron el neoliberalismo en sus aspectos “inmorales” como “el
libertinaje sexual” o los “nuevos esclavismos”, derivados de un orden
económico que privilegia la máxima acumulación.
La ventaja de Juan
Pablo II sobre Ratzinger fue su enorme carisma y una circunstancia
histórica que le permitió aparecer como un triunfador contra el derrumbe
de las dictaduras socialistas de Europa oriental y el colapso de la
Unión Soviética.
La soledad política de Ratzinger es una herencia
de ese largo y doloroso papado de Juan Pablo II. El Vaticano se volvió
el reino de la intriga, de los intereses y de las maniobras más
increíbles para acrecentar el poder de obispos y congregaciones que
hicieron un gran negocio con la fe. Benedicto XVI los conocía. Formó
parte de esa corte. Pero ya no pudo o ya no quiso seguir encabezándola.
Su biógrafo Adreas Englisch afirmó que la renuncia al papado es una consecuencia de esa soledad.
“Nunca
mantuvo una buena relación con la curia romana. Siempre se quejaba,
también en cartas escritas, de que se sentía solo y de que tenía la
sensación de que en la Iglesia muchas personas trabajaban en contra de
él”, declaró Englisch a la prensa.
Hasta donde se ha documentado,
Benedicto XVI no tiene ningún padecimiento crónico o mortal, a pesar de
su avanzada edad. Sigue siendo un hombre lúcido, culto, huraño, tanto,
que la decisión de renunciar la adoptó en sigilo absoluto después de su
visita a México, el 23 de marzo de 2012. Conocedor de los compromisos
internacionales, ya no quiso asistir a la cumbre mundial de la juventud
que se realizará en el verano en Río de Janeiro, Brasil, donde se
encuentra la comunidad católica más vigorosa y plural.
Quizá la
peor enfermedad para Ratzinger es esa soledad del reino terrenal que
dista mucho de la caridad y de la misericordia cristianas que forman
parte de la institución que encabeza.
Finalmente, los escándalos mediáticos y financieros mostraron el rostro de lo que el propio Ratiznger ayudó a convalidar.
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