Homozapping
El inicio de Peña Nieto; el rechazo de una nueva generación, reflexiones
(Segunda Parte)
Jenaro Villamil
Continuamos con las reflexiones iniciadas en estos momentos amargos de la realidad política mexicana. Pueden consultar la primera parte aquí:
4.-Peña Nieto ante el Tribunal, la Persistencia del Autoengaño.
Como si se tratara de cumplir un trámite
(o un mandato) antes del 1 de septiembre, la Sala Superior del TEPJF le
entregó la constancia de mayoría a Enrique Peña Nieto. Llegó en
helicóptero, ingresó en medio de un fuerte aparato de seguridad y no
hubo ningún festejo público. Afuera, los gritos y las consignas en su
contra fueron el sonoro contraste de una puesta en escena, caracterizada
por la urgencia y el nerviosismo de quienes han cometido un crimen de
lesa democracia.
Lo más impresionante fue el discurso del
propio Peña Nieto. Admitió sin proponérselo que la mayoría de los
mexicanos no votaron por él. Mencionó que más de 50 millones salieron a
las urnas el 1 de julio y él recibió 19 millones de votos. ¿Qué les
dijo el ex gobernador del Estado de México a los 31 millones que no votaron por él?
Nada, simplemente nada. Peña Nieto
articuló un discurso como si fuera la vieja maquinaria priista de los
años sesentas y setentas, que lograba la mayoría automática en urnas
ficticias. En el mejor de los casos, su retórica parecía de una
concursante de Miss Universo. Veamos estos párrafos típicos de un
certamen de belleza y no de un político frente a severos desafíos:
“Tenemos
playas, mares y litorales. Tenemos valles y extensas planicies, que
deben ser espacios de verdadera oportunidad para nuestra gente.
“México cuenta con bellezas naturales y culturales, suficientes para convertirse en una potencia turística global”.
Incapaz de dirigirse a las personas,
Peña Nieto se refiere a las cosas, a “las bellezas” y se compromete a
“transformar una democracia electoral en una democracia de resultados”.
¿De qué está hablando? ¿No se dio cuenta que la democracia electoral
vive un severo déficit? ¿Quién le hizo creer que la democracia es como
una “fábrica de resultados” y no un régimen de gobierno surgido de la
construcción de consensos y no de la imposición de mayorías y un
proyecto económico depredador?
Peña Nieto planteó que México “necesita
un cambio de fondo en seguridad, desarrollo social, educación,
crecimiento económico y proyección internacional”. El enunciado suena
bien, pero no conduce a ningún compromiso (aunque no se firme ante la
República del Notariado).
La retórica hueca se enfrenta a medidas
cosméticas. A pesar admitir la necesidad de cambios de fondo las tres
reformas iniciales de Peña Nieto suenan a maquillar el descontento: una
comisión ciudadana anticorrupción (¿por qué no comienza con investigar y
sancionar los múltiples ejemplos de gobernadores de su propio partido y
de su propia entidad sin necesidad de comisiones?); ampliaciones al
régimen de transparencia (él, que encabezó uno de los gobiernos
estatales más opacos); y la formación de una comisión ciudadana para la
publicidad gubernamental (¿por qué no anunció el fin de la compra de
espacios informativos en la televisión?).
La incapacidad de problematizar, la
ausencia de ciudadanos en sus propuestas concretas, nos anticipa el
sello de un gobierno acuartelado en el spot y en los discursos circulares.
Ni siquiera para fingir que le ha hecho
caso al movimiento #YoSoy132, Peña Nieto fue capaz de comprometerse con
la democratización del régimen de medios de comunicación. ¡Qué tal si
Televisa se molesta y da a conocer los “secretos” de su relación con
Peña Nieto!
5.-Inicia un nuevo ciclo generacional.-En
la primera parte de estas reflexiones, mencionamos que el cambio no se
puede esperar de la élite gubernamental, partidista o económica, sino de
nuevas batallas culturales y políticas una sociedad civil profundamente
agraviada tras la docena trágica panista y el retorno de un neopriismo
que carece de columna vertebral.
En especial, el cambio sólo podrá
concretarse si el relevo generacional se consolida en nuevas formas de
expresión, de comunicación, de organización y de compromiso frente a una
nación fracturada por la violencia, la corrupción, la impunidad
rampante, la desigualdad insultante y el monopolio de una opinión
mediatizada, en severa crisis de credibilidad.
Los ciclos generacionales se cumplen con
puntualidad. A la generación del 68 le correspondió exhibir el rostro
intolerante, criminal de un modelo autoritario priista. Pagaron las
consecuencias muchos de ellos, con la vida, la persecución o la
marginación. Otros se autoderrotaron y muchos continuaron peleando con
las heridas de la matanza de Tlatelolco encima.
A la generación del 88 nos correspondió
vivir el primer gran fraude documentado en las elecciones
presidenciales, la fractura definitiva del PRI de antaño y la emergencia
de un modelo tecnocrático-autoritario que prometió llevar a México al
“primer mundo” y nos dejó instalados en una economía emergente para unos
cuantos.
El salinismo fue y sigue siendo el
paradigma de un populismo de derecha que tomó por asalto el PRI, lo
desmanteló y pretende continuar su ciclo de 25 años. El salinismo es un
estado mental del oportunismo político, no depende ya de su autor y de
sus libros justificatorios.
A la generación del 2000 –la que se
quedó pasmada en esta docena trágica- le correspondió atomizarse y, en
muchos casos, mantener la ilusión de una democracia que nunca llegó. El
foxismo fue nuestro estreno en la barbarie telegénica e ignorante que se
presentó como “moderna”. Todavía hay algunos que no se recuperan de
este golpe. Y en el 2006 votaron intoxicados porque un político de
izquierda era “un peligro para México”. Cuando el peligro estaba en otra
parte, como hemos visto en este sexenio.
El 2012 ha sido el duro estreno de una
generación (los hermanos menores, sobrinos e hijos de las generaciones
del 88 y del 2000) que no acepta las promesas ni el autoengaño. Es una
generación desertora de la política y de la comunicación analógica,
unilateral, unidireccional. Es la generación que inició una primavera en
el 2012 para ver la imposición de un otoño grotesco frente a un sistema
incapaz de asumir su decadencia.
Inicia un nuevo ciclo generacional, pero
no se le puede dejar todo el peso del cambio a los jóvenes
universitarios –la parte más ilustrada y más combativa en estos
momentos-, como si fuera una maldición heredada de quienes no pudimos o
no supimos enfrentar las pequeñas y venenosas dosis de cooptación y
autoengaño de nuestro régimen.
Hay furia, pero deben existir proyectos
alternativos y ciudadanos. Hay desesperación, pero tiene que construirse
una realidad distinta a partir de espacios de ciudadanía real y no de
ciudadanía mediáticamente correcta (como la Iniciativa México o los
Teletones de las buenas conciencias).
Hay conformismo y derrotismo, pero
también hay que saberle llegar a millones de mexicanos que aún están
atrapados en el arcaísmo de las dádivas y en el miedo, ese ingrediente
poderosísimo de control y corrupción socialmente aceptadas.
No es la derrota sino el inicio de un
nuevo proceso. Construir una sociedad de la información que rebase a la
sociedad de la impunidad.
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