DE YANIEL ALVAREZ SÁNCHEZ...PINAREÑO
Desde hace varios días a todos los cubanos se nos informaba sobre el recorrido de la tormenta tropical Gustav, cosa que siempre suele suceder cuando a nuestro país se acerca algún anómalo natural de esta índole. Yo como buen interesado por dicho camino estuve al tanto de todo lo que pasaba, ya que en la totalidad de los pronósticos el fenómeno pasaría por la provincia en que vivo, Pinar del Río.
Ahora solo nos quedaba preparar las condiciones para esperar la llegada de Gustav, que ya no era la tormenta de quien al principio se hablaba, ya tenía la categoría de un intenso Huracán. Como siempre, la Defensa Civil de nuestro país se activó y tomando como referencia la experiencia de eventos anteriores supo poner a cada quien en el lugar correcto, para que el costo de vidas humanas no se hiciera notar en la población pinareña.
Horas antes que la tempestad cubriera nuestro opacado cielo mi padrastro socorrió una familia vecina, la cual contaba con una humilde casita que no tenía las condiciones requeridas para resistir los ventarrones del fenómeno.
Adentrándose en la noche, al fin llega quien menos se quería, tocando las puertas de cada casa y llevándose todo lo que estuviese a su alcance, ¡qué locura!, entre el ciclón, el desespero de la familia y el llanto de la pequeña que con sus ojitos asustadizos no conseguía dormir, creo que hasta yo me estaba volviendo loco, porque lo que ocurría no era normal, ya que los azotes intensos y las ramas de los árboles cayendo encima del techo me tenían un poco nervioso, así pasó el tiempo, y cerca de las 11 de la noche la calma se estaba haciendo notar, los fuertes vientos ya habían desaparecido dejando el alivio que todos deseábamos, pero también la incertidumbre de saber qué había dejado y qué se había llevado el mal intencionado señor G.
Al amanecer la claridad del día nos acompañaba en la búsqueda de sucesos ocurridos en la noche anterior, se sentían rumores no muy alentadores, que si a fulano le llevaron el techo…, que si a mengano le cayó un árbol encima de la casa…, ¡caballero que desastre!…, cosas como esas se escuchaban. Pero la solidaridad y el compañerismo reinaba entre los vecinos, en ese momento me di cuenta que ni con la llegada del mismísimo infierno separarían a este pueblo, cuna de los ideales de
Maceo, Martí y Fidel. Parafraseando a Hemingway, podemos ser derrotados, pero no vencidos.
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